#PapelesFilosóficos
En una publicación anterior, me referí a la filosofía como una «sintetizadora de saberes» y daba cuenta de cómo esta débil definición se mantenía congraciada con la lectura clásica de la filosofía como «amor a la sabiduría», ya que su vocación sintética no consistía solo en una herramienta metodológica y sistematizadora, sino, también en un recurso para articular y orientar la diversidad de saberes hacia un sentido global de la experiencia; esto me permitía definirla como
esa peculiar inteligencia que piensa el entramado de vínculos que los saberes, filosofías y filósofos entablan con eso que de tan plurales formas llamamos verdad.
Esos diversos vínculos posibles, los proponía menos como un baluarte que como un cartograma, una ruta de andar y desandar, y que, en cuanto tal, representa el trabajo mismo de filosofar, de pensar y vivir desde la filosofía. Sin embargo, en aquel escrito no propuse ningún ejemplo de cartograma, así que ahora me daré a la tarea de esbozar la actualidad de mi propio cartograma, centrándome en las líneas de estudio, escuelas e incluso autores que se mantienen recurrentes en mi escritorio de trabajo y, ante los cuales, he tenido que adoptar posturas, que, si bien no asumo como definitivas, sí reconozco como orientativas.
Una de ellas, quizá la más preliminar, que no básica, sea la «filosofía académica», que para el caso también podría denominar como «institucionalizada», y que podría caracterizarse, no solo por ser una práctica filosófica remunerada, sino por la particular forma como se vincula con la verdad: para ella, la verdad se anuncia como un «fin en sí mismo» que amerita todos los grados de especialización y abstracción en favor del acervo humano del saber. Esto hace de su labor un servicio a la comunidad intelectual y muy ocasionalmente a la humanidad; aunque igual tiene una discreta y funcional deriva práctica: la «verdad» como condición sine qua non para que el filosofó institucionalizado permanezca asalariado en la institución, misma que cuantificará su coeficiente y potencial productivo para el “descubrimiento” y “transmisión” de dicha “verdad” en cuanto funcionario, becario o profesional de la razón. Este interés y conveniencia personal de los académicos, también atraviesa profundamente el perfilamiento de esta práctica filosófica. De ella recibo todo el respeto por la metodología y el rigor, así como la precaución de los excesos que causa filosofar en cautiverio.
En contraste, otra línea de abordaje posible sería la que autores como Lou Marinoff[1], Alain de Botton[2] o Alexander Nehamas[3] denominan como «filosofía práctica» en cuanto que su búsqueda de la verdad no se asume como un fin en sí mismo, sino como un medio; no necesaria ni exclusivamente para mantener al filósofo al interior de una institución, sino para modificar la vida propia y, eventualmente, el entorno inmediato. A pesar de ello, siempre mantengo una precaución respecto a este enfoque de la filosofía, ya que se ha comprobado que muchas veces las llamadas «filosofías prácticas» llegan a reducir la filosofía a una suerte de “recetario” o “formulario” para resolver problemas específicos de la vida cotidiana; algo así como una incubadora de couchings de autoayuda, pero cultos que, por un lado, podrían disponer de herramientas argumentativas, no necesariamente para ejercitar el pensamiento crítico (problematizar, plantear cuestionamientos, interpretar), sino para defender mejor sus ideologías (ofrecer respuestas cerradas, unívocas, adoctrinantes). Por el otro, también se corre el riesgo de que los contenidos filosóficos sean degradados en su calidad y complejidad como parte de una estrategia de marketing para su venta. De esta línea de trabajo filosófico recibo más precauciones que motivaciones, en especial por los excesos que en ella motiva su desordenada afición por los followers, siempre encubierta, como “no queriendo la cosa”, por entre conceptos ambiguos como “divulgación”, “comunicación”, “accesibilidad”, “trending topic”.
Por lo anterior, procuro contraponer al formato de las «filosofías prácticas» aquel otro de «vida filosófica» que, en mi opinión, emancipa a la filosofía del valor instrumental que sugiere directamente el término «filosofía práctica» y le sitúa en la órbita de lo vocacional, como llamado de la vida toda, y no solo como recurso para la urgencia de carencias personales como mejorar la autoestima o esgrimir mejores respuestas en redes sociales. A criterio de autores como el filósofo francés Pierre Hadot, este enfoque de la filosofía se ve más claramente expresado en las escuelas antiguas, principalmente griegas y romanas, las cuales desarrollaban su labor filosófica como «ejercicio espiritual», no necesariamente en el sentido religioso-cristiano del término (ascéticamente, moralmente, dogmáticamente), sino, como práctica de «conocimiento y dominio de sí». Al respecto dice el estudioso francés:
Designo con este término [ejercicios espirituales] las prácticas, que podían ser de orden físico, como el régimen alimentario, o discursivo, como el diálogo y la meditación, o intuitivo, como la contemplación, pero que estaban todas destinadas a operar una modificación y una transformación en el sujeto que las practicaba.[4]
Entonces, decía, un ejercicio espiritual no debe tener, para serlo, un obligado sentido moral ni religioso orientado, por ejemplo, a lograr una unio mystica, sino que promover en el filósofo «otro modo de ser», convocar «otro nivel de existencia», habilitar en él las condiciones para posibilitar una nueva experiencia inmediata de su entorno, su vida psíquica e incluso orgánica.
La sola consideración de esta «otra» posibilidad filosófica, propicia incluso una dilatación en la apreciación que solemos tener del quehacer filosófico en nuestros días, pues, por ejemplo, desde esta perspectiva, no solo los textos pertenecientes al canon académico de la filosofía integrarían, por derecho propio, el corpus filosófico, sino también otros tantos como el Satipatthâna Sutta o las Ficciones de Borges; situación que incluye por añadidura el tema de los géneros literarios para escribir filosofía: desde aquí, la obra filosófica no solo puede desarrollarse en tesis, tesinas o artículos, sino en versos, aforismos, ensayos literarios, parágrafos sueltos (este asunto lo intento desarrollar más puntualmente en otro escrito). Lo que hiciera falta para sumergir la vida en la filosofía; incluso también los perfiles de los practicantes se diversifican considerablemente: desde aquí, el filósofo ya no aparece necesariamente como ese burócrata solemne de aire ascético y sabiondo, ni como el “hippie” trasnochado que traza la intensidad de su intelectualidad en la persistencia de su indisciplina. Desde acá, un filósofo puede encontrarse entre la “gente de a pie”, aun cuando no habite en un contexto de vida acondicionado especialmente para la práctica profesional de la reflexión y aun cuando su aspecto no cuadre con los imaginarios estereotipados del “filósofo”; aunque siempre a condición de tener talento, o interés, o acceso a una formación (institucionalizada o no, recibida de otro o buscada por sí mismo) y, por su puesto, comprometido y disciplinado con la práctica (bajo ningún sentido simpatizo con los populismos filosóficos. Como cualquier disciplina, la filosofía requiere esfuerzo y capacidad). Esto último, conviene tomarlo como algo más que “un buen consejo”, ya que, ejemplos ubicables de una “práctica filosófica” cuestionable están hoy a nuestro alcance: la denominada psicología o filosofía de autoayuda es un claro ejemplo del uso de conceptos y tradiciones filosóficas arbitrariamente descontextualizadas y manipuladas a conveniencia hasta el empobrecimiento. Otro tanto pasa con algunos militantes de grupos inspirados en filosofías de corte político y social, como el ecologismo o el feminismo, ambas indispensables para la reflexión política contemporánea, pero que en su popularización también han terminado por ser instrumentadas de maneras desconsideradas, al menos para con la discusión filosófica a la que suscriben y que es indispensable para su práctica; no perdamos de vista que nadie habla ni actúa desde ningún lugar; la consolidación de certezas y conceptos que han posibilitado prácticas éticas y políticas a lo largo de la historia sigue un largo hilo de tradiciones, reflexiones y textos que orientan la práctica, aunque, y esto también es relevante reconocerlo, ¡no la resuelven!
Quizá en esto último estribe la distancia fundamental entre la «vida filosófica» y lo que se conoce como «filosofías políticas y sociales»: aun cuando ambas especulan sobre dimensiones fácticas de la vida humana, la primera se realiza obligadamente en un «ejercicio de vida», la segunda, por el contrario, puede limitarse a ser una «teoría», que con todo, igual se distancia del objeto propio de la tradición de la vida filosófica por abordar un sentido del obrar humano referido a su dimensión social; por su parte, como su nombre lo indica, la vida filosófica apela al corazón de la biografía de cada uno de sus practicantes como una estrategia personal de realización y, diría aún, emancipación, ante la hostilidad cultural, social, política y hasta natural; ¡el sufrimiento pues!, y lo promueve de una manera individual, no por una predilección ideológica al individualismo, sino porque, sabedores de lo que es ver colapsar al mundo, estos filósofos (no olvidemos que la tradición de la vida filosófica suscribe al marco histórico de la antigüedad) entendieron muy bien que la «independencia intrapersonal», la «espiritualidad», lo «Sagrado», son el último espacio de sentido posible al que puede replegarse un ser humano, y más aún, el único donde puede garantizar el ejercicio de su libertad. En este sentido, la verdad de la vida filosófica no es propiamente «verdad política» (para la vida en la comunidad, sujeta a la objetividad, la institucionalidad o la gestión del poder), sino «interioridad».
Esta vinculación de la filosofía con la verdad como interioridad la señaló Kierkegaard en su Post Scriptum cuando escribió:
Sólo la verdad que edifica es verdad para ti[5]
Y esto no porque sea indistinto pensar lo que fuere, sino porque, instalados en la conciencia de una diversidad de vínculos con la verdad, filosofamos de cara a lo que también Kierkegaard llamaba la «incertidumbre objetiva»:
la verdad es la incertidumbre objetiva sostenida en la apropiación de la interioridad más apasionada […] Ahí donde el camino se bifurca (y no se puede decir objetivamente donde pues se trata justamente de la subjetividad), el saber objetivo queda en suspenso.
… Y comienza el ámbito de la decisión, la práctica, ¡el salto!
Al respecto, también comentaba Kierkegaard, que la decisión voluntaria y subjetiva que se ejerce en la práctica aparece, en el filósofo, como síntesis del afán objetivo y la pasión subjetiva en ese movimiento tan mentado que va del sujeto a sí mismo en la experiencia.[6]
Esto también permite integrar al campo de las prácticas y los saberes filosóficos, no solo la lectura (culta) o la exégesis textual (metodología hermenéutica) más tradicionales, sino también las formas de lo que yo llamaría la «preclaridad intelectual» (forma de intelectualidad no necesariamente de formato racional-objetivo ni letrado), abriendo el campo de la especulación a algo más que solo el modelo racional nacido en el mundo griego. Desde aquí, entonces, una práctica filosófica podría ser, por ejemplo, el ejercicio vivencial de un principio ético obtenido por un campesino mediante una analogía de su vida con el firmamento o la experiencia del cultivo, o muchas de las tradiciones legadas por culturas ágrafas y de comunicación simbólica del mundo pagano. Cuando la filosofía se aborda como algo más que la historia del despliegue de un formato particular de racionalidad, su intempestividad nos explota en la cara.
Con todo, no me parecería razonable comprender las filosofías edificantes y las filosofías políticas y sociales como incompatibles, ¡qué va!; antes bien, yo preferiría entenderlas como abordajes complementarios e incluso subordinables. Como dice G. Friedmann:
Del tipo «edificante» es también la comprensión rortyana de filosofía, que se resiste a asumirla como epistemología al servicio del debate especializado. Por el contrario, para el autor norteamericano la filosofía es más un instrumento de provocación y estimulación creativa para la interpretación de nuestras situaciones de vida, de cara al límite epistemológico de toda facultad pensante. Dice Rorty:
[…] sin llegar a formar una ‘tradición’, [los filósofos edificantes] se parecen entre sí por su desconfianza ante la idea de que la esencia del hombre es ser un conocedor de esencias. Pertenecen a esta categoría Goethe, Kierkegaard, Santayana, William James, Dewey, el segundo Wittgenstein, y el segundo Heidegger. Muchas veces se les acusa de relativismo o de cinismo. Suelen formular dudas sobre el progreso, y especialmente sobre la última pretensión de que tal o cual disciplina ha conseguido por fin aclarar hasta tal punto la naturaleza del conocimiento humano que la razón se extenderá ahora por todos las confines de la actividad humana.”[8]
Otro tanto pasa con el enfoque de «antifilosofía» que Alain Badiu importó a la discusión filosófica directamente del contexto psicoanalítico lacaniano en los seminarios: sobre la antifilosofía y Nietzsche (1992-93), antifilosofía y Wittgenstein (1993-94) y antifilosofía y Lacan (1994-95). Ahí, el filósofo francés traslada la problemática del «ser-verdad», que mencionaba en un principio como precedente y fundamento de toda «sospecha filosófica», al ámbito del lenguaje y sus juegos históricos y culturales. Desde ahí, lo que en Kierkegaard es «incertidumbre de la objetividad», en Badiu aparece como la posibilidad de un «resto» que siempre escapará a la comprensión y el lenguaje. Dice Badiu:
Para Lacan la operación filosófica consiste en mostrar que hay un significado de la verdad. Como es objetiva, la consolación que nos ofrece bajo el término ‘sabiduría’ es ser capaz de decir que hay una verdad de lo real. Se da el axioma implícito o explícito: hay significado de la verdad porque hay verdad de lo real.[9]
Por el contrario:
La antifilosofía destituye a la filosofía: mostrándole lo que su pretensión teórica ha perdido, y que no es, en definitiva, nada menos que lo real. Así, en el caso de Nietzsche, la vida es lo que llega como resto de todo protocolo de evaluación. Y del mismo modo en que la Caridad, para Pascal, se sustrae por entero del orden de las razones, la voz de la conciencia, para Rousseau, se sustrae a la predicación de la Luces, y la existencia, para Kierkegaard, a la síntesis hegeliana. En cuanto a Lacan, sabido es que el filósofo no quiere ni puede tener que conocer nada del goce y de la Cosa a la que está unido.[10]
Para cerrar este escrito, no quisiera dejar de mencionar la relevancia que ha ganado entre mis fuentes la revisión de podcast y blogs de YouTube sobre filosofía, aunque no sin la precaución que causa esa omnipresente tentación de la vida digital por el engagement de todo contenido (sobre esto ya he escrito en otro lugar); situación, esta última, que hace de nuestra época la más rica en contenidos, pero también la más rica en laberintos. Por ello es importante tener un cartograma, una hoja de ruta en la que nos reconozcamos en tránsito, no sólo de la mejor fuente, sino de la verdad, lleguemos o no algún día a ella.
[1] Vid. Marinoff, L., Philosophical practice, New York, Academic Press, 2011.
[2] Vid. De Botton, A., Las consolaciones de la filosofía, España, Taurus, 2013.
[3] Vid. Nehemas, A., El arte de vivir, reflexiones de Platón a Foucault, España, Pre-Textos, 2005.
[4] Hadot, Pierre., ¿Qué es la filosofía antigua?, FCE, México, 1998, p.15.
[5] Cfr. Kierkegaard, Sören., Post scriptum no científico y definitivo a «migajas filosóficas», Sígueme, Salamanca, 2010, p.252.
[6] Ibidem. Post scriptum no científico y.… pp. 66 y 67.
[7] Ibidem., ¿Qué es la filosofía antigua?… p. 40
[8] Rorty, R., La filosofía y el espejo de la naturaleza, Madrid, Cátedra, 1983, p. 332.
[9] Badiou, A. & Cassin, B., There’s No Such Thing as a Sexual Relationship, Nueva York, Columbia University Press, 2017, p.49.
“The philosophical operation, for Lacan, consists in asserting that there is a meaning of truth. But why does philosophy claim there is a meaning of truth? Because its objective, the consolation it offers us under the name of “wisdom,” is to be able to say that there is a truth of the real”.
[10] Badiou, A., La antifilosofia de Wittgenstein. Buenos Aires, Capital Intelectual, 2013, p. 34.