#ElMalditoEstiloDeTelegrama
El calor hace que transpires como un alimento grasiento, empaquetado en una bolsa, sin contar que aviva los hedores humanos que siglos de artilugios de simulación, como el perfume, o hábitos inventados como el baño diario, se han esmerado tanto en sepultar. Dicho en términos generales: es una auténtica amenaza para la civilización; no en balde, la «schatia» egipcia, ese lugar más allá de la civilización al que se retiraron a entrenar los espíritus más férreos del mundo antiguo, fue «el desierto». «Éremos», raíz etimológica de “eremita”, significa «desierto». Ese lugar de calor, soledad y arena es la fragua del espíritu del oriente próximo y de occidente; aunque no por edificante per se, ¡sino por hostil! El calor demanda a las personas todos sus recursos de lucidez y autogobierno, para comprobarlo, pensemos en el calor del trópico: ahí, la podredumbre y el salitre que magullan lo vivo y erosionan lo muerto, hacen lo propio con la mente y su potencial civilizador; basta mirar la calidad de las democracias y avances tecno científicos en gran parte de las naciones atravesadas por este paralelo. De esto va uno de los temas capitales en “El corazón de las tinieblas”, de Joseph Conrad: un excepcional escaneo del potencial atmosférico para afectar nuestra consistencia mental y moral.
Este potencial atmosférico se aprecia bien en la primavera, tiempo en el que el calor deja ver sus alcances alquímicos de fertilización y duplicación, como los espejos insomnes y fatales de Borges, que prolongan este vano mundo incierto en su vertiginosa telaraña… Es grato ver a la naturaleza reproducirse, ¡pero un espanto ver al ser humano reproducirse!,escucharlo romantizar sus más elementales instintos de las formas más baratas, ¿o acaso alguien sigue pensando que es casualidad que el “día del amor y la amistad” se celebre en la víspera de la primavera?
Con todo, pienso que el calor tiene muchos adeptos, principalmente, porque embona muy bien con el espíritu de la época: la «dispersión». El calor descentra, extrovierte, saca de la casa y lanza a la calle; da hambre y sed, ¡nos hace consumir! (lo cual nos encanta); sin contar que nos permite mostrarnos (lo cual también nos gusta); en este sentido, el calor es el clima instagrameable por excelencia, pues, como no queriendo la cosa, da licencia para pasar del «post» al «soft porn», casi como quien levanta un billete en la calle sin darse cuenta.
Muy diferente a lo que pasa en los climas fríos, donde la tendencia es a la reclusión, la inmovilidad y por ende a la reflexión; no en balde, el teatro, muchas de las primeras tradiciones literarias, y algunas de las festividades más importantes de cada cultura, ocurrieron en invierno. Sin embargo, no nos gusta vulnerar nuestras cómodas certezas que damos por hecho para poder tumbarnos tranquilamente al sol.
Si tuviera que elegir un clima, sería el templado, que, en su generosidad, igual da espacio a la dispersión que a la meditación, a la laboriosidad que al ocio; no en balde, la proliferación de las mentes más benéficas para el género humano ha acontecido en territorios fríos y templados.
Pese a todo, los heliófilos delirantes aducen, con frívola seguridad, que el calor es “rico” y que si no fuese así, nadie disfrutaría tanto de ir a las playas, pero, yo les pregunto: ¿quién demonios vive en las playas? Los que nacieron ahí, claro está (que como los beduinos, no migran a otro lugar porque se han habituado a la hostilidad del clima y no porque lo hayan elegido como el mejor lugar posible para vivir), los que trabajan en el ramo turístico (que podría decir que les pagan por estar ahí) y los turistas románticos, que, aunque siempre terminan regresando por donde llegaron, creen firmemente (aunque solo sea por una temporada) que después de la “abolición del capital” y la “lucha de clases”, lo que sigue es perpetuar el “estadio vacacional”, momento histórico de ocio recreativo donde las verdaderas víctimas del calor se ocupan de construir el oasis que deja que los turistas disfruten del calor.
Lo único excepcional del calor es que, en él, todo se pudre más rápido.