El maldito estilo de telegrama

#ElMalditoEstiloDeTelegrama

El maldito estilo de telegrama es el tag que agrupa una serie de escritos que se encuentran a medio camino de la legitimidad filosófica y a medio camino de su desconocimiento; una literatura bastarda podría decir, nacida de la urgencia de escribir, en medio de la más patente incapacidad para hacerlo con la amplitud que el tema amerita.

Alguien podría pensar: “impaciencia”, y seguro que no fallará del todo, pero también es necesidad: la de nombrar al pathos, narrarlo, manifestarlo; trascender la sorda inmanencia de la emoción con el lenguaje. Desde la práctica de los «bautismos», pasando por los «exorcismos» y sin dejar de lado la delirante afición nominativa de poetas y filósofos por los neologismos, lo indispensable, lo sine qua non, es nombrar al pathos para trascenderlo, para no quedar varado en el fango reptiliano de la emoción-reacción, emoción-reacción… lodo primordial del fango samsárico que arrebata la interioridad a los que van con prisa.

Yo no voy con prisa, me queda claro, pero sí con un cerebro anémico del lóbulo frontal, que desfallece ante los escotes y el susurro de las charlas de las mesas vecinas; situación que hace del desarrollo de una idea completa, algo así como un deporte olímpico. De esto va el tag. Lo tomé prestado a Nietzsche, que es, entre muchas otras cosas, uno de los más célebres atormentados por la falta de constancia. Jubilado a los treinta y cinco años a causa de un malintencionado descrédito académico, una endeble salud y un corazón dejado del amor, anduvo errante de la Costa Azul francesa a Sils María, en pensiones y hoteles baratos, arrastrando consigo difteria, migrañas, insomnio y un intestino castigado por la disentería, el nitrato de plata y el opio, que condenaban sus días a un ritmo intermitente entre la vigilia y la convalecencia de cama, de manera que, para desarrollar su pensamiento, tuvo que abocarse al estilo aforístico o, como él lo llamaba, “al maldito estilo de telegrama”.

Claramente, no es mi caso, ni el de muchos, pero la languidez de mis redes neuronales me ha permitido entender un poco del martirio que puede representar la intermitencia de una atención fracturada. Con este puntual préstamo, intento entablillar mi flácida y discontinua acometida literaria, sin por ello dejar de habitar la niebla que ilumina.

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