Sophiaphilia

#Sophiaphilia

Esta sección, que bien pudo llamarse “Divulgación filosófica”, se resiste a tan genérica designación por ofrecerse ya tan ambigua. Llamamos por igual «divulgador» al investigador que publica los resultados de sus investigaciones en la revista de algún instituto, que al youtuber o usuario de Facebook que sube sus vídeo blogs y post sobre filosofía, pero, ¿realmente pueden ser clasificados con la misma categoría?   

A la base, aclarar que cuando digo “divulgación filosófica”, me refiero a la actividad de generar contenido mediático en las diversas plataformas posibles (online y offline por igual), con la intención de hacer circular el saber filosófico entre un público específico, aunque, en el caso de esta sección, me refiero más concretamente al tipo de divulgación que se dirige a un público no especializado. En este campo, distingo dos perfilamientos muy particulares para esta práctica:

Por un lado, el que de momento llamaré «divulgación educativa» y por el otro la «divulgación MKT”».

Respecto a la primera, diré que «divulgar» es su objetivo per se, es decir, toda su actividad, recursos y principios se ordenan a este fin: enterar, publicar y difundir contenidos de la nomenclatura de filosofía, aunque no de cualquier modo. No recuerdo dónde leí que el trabajo del traductor de textos es análogo a la función que cumplen las vitrinas en los mostradores de las tiendas: por una parte, dejan ver al consumidor la mercancía que contiene, pero, por otra, la resguardan de este mismo para evitar su daño o robo. Divulgar, en este sentido que ahora expongo, quizá también se parezca a esto: poner a la vista de un público específico todos esos saberes de su interés, cuidando la comprensión del tema, ¡y también al tema mismo!; es decir, que lo esencial de dicho contenido, llámese estructura argumental, marco teórico, rigor conceptual… No se diluyan en aras de la exposición.

Por el contrario, la «divulgación MKT”» no hace reparos a la hora de, por ejemplo, tener que omitir, descontextualizar o descafeinar las dimensiones más arduas de una materia, tema o autor —no necesariamente por un desconocimiento del divulgador— porque su objetivo no es poner a la vista de un público determinado un tema del cual hay que procurar su comprensión, sino generar «engagement», «tribu». Para ello, apela a las dimensiones afectivas de la experiencia de conocer: «la motivación» (a todos nos parece una excelente idea aprender filosofía, aunque de hecho no la aprendamos) y, por ejemplo, «la inmediatez (a todos nos gustaría hacerlo sin mayor esfuerzo)»; en tales circunstancias ese contenido se hace accesible, aunque muchas veces a costo de ya no coadyuvar a una auténtica comprensión del tema.

Ahora bien, con esto no insinúo que todo divulgador con engagement sea ventajoso y gratuito en sus contenidos, pienso que hay «divulgadores-educadores» que han logrado consolidar una tribu, un éxito, pero quizá más como consecuencia segunda de su labor divulgadora: pienso en Darin Mc Nab, Ernesto Castro o Dario Stanzsrajber, quienes, por cierto, han reconocido en diversas ocasiones que su interés por las herramientas digitales de divulgación ha sido, al menos en lo fundamental, el de trasladar la enseñanza filosófica más allá de los muros de las aulas; al final, docentes explorando nuevas técnicas pedagógicas para un nuevo alumnado; y beneficiándose de ellas, como cualquier docente.

También es importante señalar que hay una distancia que media entre la «divulgación filosófica» y la «filosofía» misma, que estriba en su consecución: alguien dedicado a la divulgación filosófica (a la divulgación educativa, quiero decir) no está, necesariamente, realizando filosofía (práctica filosófica, pensamiento filosófico y ya ni decir práctica espiritual), sino, muy probablemente, emitiendo de manera pública, información y contenidos de asignatura filosófica (repost, reeblog, citas, clases, entre otros), pero no haciéndola. No olvidemos que es en el Banquete donde la labor filosófica se describe como la búsqueda de la sabiduría, quedando fuera de su interés todo artilugio o beneficio secundario, ya sean honorarios, materiales pedagógicos y ya ni decir gráficos; desde este sentido, la filosofía es un fin en sí mismo que prescinde de likes.  

Por todo lo anterior, me ha parecido interesante proponer un término que tome una respetuosa distancia de esa profunda ambición de la filosofía (me refiero al amor a la sabiduría), a la vez que señale las virtudes de la divulgación (divulgación-educación), así como los excesos del MKT en la tarea del divulgador (divulgación MKT). El término que propongo es: «Sophiaphilia», neologismo que juega con el sentido de la raíz griega φιλεῖν [fileîn] ‘amar’, que encontramos en la palabra filosofía φιλοσοφία (φιλεῖν [fileîn] ‘amar’ y σοφία [sofía] ‘sabiduría) aunque con sus matices: decía que φιλíα es un término que se compone de la raíz etimológica φιλεῖν (amor, amor fraterno, afecto, etcétera) más el sufijo ia, que denota cualidad. En el ámbito de la psicología (que es donde actualmente se utiliza más) este vocablo ha significado «aficiones» o «inclinaciones» regularmente insanas para con algo, ya sea cosa o situación, a la vez que está animado de ese sustrato de sentido del amor-eros que nos expone Platón en el Banquete. Por consiguiente, el «philia» de «sophiaphilia» (que escribo con ortografía latina solo por un gusto de estilo), puede decir bien la aspiración e interés por aprender y enseñar filosofía (que no a buscar la sabiduría); a la par que también decir esa afición desordenada a instrumentar el saber filosófico como materia prima de una estrategia mercadológica.

De esto va esta sección: pensar críticamente la instrumentación del saber filosófico como parte de una estrategia mercadológica, a la par que publicar materiales de divulgación filosófica (divulgación-educación), ya sean de mi autoría o de otros escritores y blogers.

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