#Sophiaphilia
Este tag, que bien pudo ser “Divulgación filosófica”, se resiste a tan genérica designación por ya ofrecerse ambigua. Llamamos «divulgador» a toda persona que genera contenido mediático en las diversas plataformas posibles, ya sean online u offline, con la intención de hacer circular el saber de alguna materia entre un público no especializado. Sin embargo, no es difícil notar que entre la muy diversa fauna de divulgadores, hay peculiaridades importantes que distinguen a unos y otros, las cuales van más allá de la materia o el estilo de cada uno. En este escrito quiero señalar dos:
Por un lado, la que llamo «divulgación educativa», que bien podría ser la divulgación propiamente dicha; y por el otro, la «divulgación MKT”».
Respecto a la primera, diré que su objetivo per se es «divulgar», es decir, toda su actividad, recursos y principios se ordenan a este fin: enterar, publicar y difundir contenidos de una o varias materias, aunque no de cualquier modo. No recuerdo dónde leí que el trabajo del traductor de textos es análogo a la función que cumplen las vitrinas en los mostradores de las tiendas: por una parte, dejan ver al consumidor la mercancía que contiene, pero, por otra, la resguardan de este mismo para evitar su daño o robo. Divulgar, en este sentido, se parece mucho a esto: poner a la vista del público información de su interés, cuidando la comprensión del tema, ¡y también al tema mismo! Es decir, los elementos esenciales que lo componen y articulan.
Por el contrario, la «divulgación MKT”» no hace reparos a la hora de, por ejemplo, tener que omitir, descontextualizar o descafeinar las dimensiones más arduas de una materia, tema o autor —no necesariamente por un desconocimiento del divulgador— porque su objetivo principal no es hacer comprensible un tema, sino, más bien, consumible, y, en esa medida, generar «engagement», «tribu». Para ello, estos contenidos apelan a las dimensiones más afectivas de la experiencia del «conocer», tales como «la motivación» (a todos nos parece una idea excelente aprender filosofía, aunque de hecho no la aprendamos) o «la inmediatez (a todos nos gustaría lograrlo sin mayor esfuerzo)»; que hacen apetecible y accesible el contenido, aunque, muchas veces, a costa de no posibilitar una auténtica comprensión del tema, sino sólo una interacción satisfactoria con sus dimensiones más visibles, tales como clichés o datos curiosos.
Ahora bien, con esto no insinúo que todo divulgador con engagement sea gratuito o laxo con sus contenidos, pienso que hay «divulgadores-educadores» que han logrado consolidar una tribu, resultado de su labor divulgadora: pienso en Darin Mc Nab, Ernesto Castro o Ajenadro Cavallazi, quienes, por cierto, han reconocido en diversas ocasiones que su interés por las herramientas digitales de divulgación ha sido, al menos en lo fundamental, el de trasladar la enseñanza filosófica más allá de los muros de las aulas; al final, docentes explorando nuevas técnicas pedagógicas para un nuevo alumnado, y beneficiándose de ellas, como cualquier docente.
Tampoco tengo duda de que hay materias y temas que pueden exponerse bajo los principios de la divulgación MKT, sin por ello deteriorar las implicaciones del tema y la comprensión de la audiencia; pero, en el caso específico de la filosofía, este último tipo de divulgación se vuelve particularmente problemática, pues, a diferencia de muchas otras materias, la filosofía es un saber de tipo epistolar, es decir, que se desarrolla en una extensa comunicación intergeneracional entre los autores a lo largo de la historia y las culturas, de forma tal que, como en algunas sagas literarias, muchas veces el abordaje aleatorio de autores o conceptos resulta complicado e insuficiente; por ello, contenidos que buscan exponer conceptos u obras filosóficas a través de formatos como memes, reels, o exposiciones sobradamente “tropicalizadas” en su lenguaje, difícilmente consiguen divulgar el saber filosófico; si acaso motivan una curiosidad al respecto de los temas, lo cual no es poca cosa, pero que tampoco alcanzan a cubrir el espectro completo de lo que implica el concepto de “divulgar”.
Yo, por mi parte, a estos contenidos prefiero llamarles «sophiaphilicos», y no filosóficos o de divulgación. Derivo este adjetivo de un neologismo que he generado con este propósito: «Sophiaphilia». El vocablo juega con el sentido de la raíz griega φιλεῖν [fileîn] ‘amar’, que encontramos en la palabra filosofía φιλοσοφία (φιλεῖν [fileîn] ‘amar’ y σοφία [sofía] ‘sabiduría) (No olvidemos que es en el Banquete donde Platón describe a la filosófica como el amor o la búsqueda de la sabiduría) aunque con un matiz importante: aunque φιλíα es un término que también se deriva de la raíz etimológica φιλεῖν, está acompañada del sufijo ia, que denota cualidad. Por ello, por ejemplo, es tan utilizado en disciplinas como la psicología para designar «aficiones» o «inclinaciones» desordenadas respecto a algo, ya sea cosa o situación. En el caso de la sophiaphilia (que escribo con ortografía latina solo por un arbitrario gusto de estilo), lo que busco es señalar ese interés desordenado, y quizá diría que hasta compulsivo (lo cual no quiere decir que lo considere mal intencionada, censurable o patológico), de mantenerse orbitando en torno a temas, objetos o situaciones vinculadas a la filosofía, no importando que no exista una comprensión sustancial del tema.
Acepto que este ejercicio es poco solidario con la pretensión más o menos reciente de democratizar la filosofía, pero me parece bien que sea así, pues no considero tan siquiera posible tal pretensión; aunque no significa que considere desdeñables tales contenidos y afición; simplemente me interesa distinguirles de lo que puede ser una auténtica labor divulgadora de la filosofía y, más aún, de la labor misma de filosofar, pues, en una disciplina tan amplia e influyente como lo es la filosofía, es muy fácil indisciplinarse. Una muestra de esto es el progresismo woke, sector ideológico de la izquierda que ha pretendido apuntalar sus acciones políticas con planteamientos filosóficos muy puntuales, con la vaga pretensión de que el total de su matrícula de militantes acceda a ellos, situación que ha tenido como resultado una muy valiosa señalización de causas por atender; pero, también, una larga borrachera de excesos teóricos y conceptuales, la mayoría de ellos risibles, y los demás lamentables, que dejan claro la conveniencia de distinguir qué es que en materia de filosofía.