Pornográphos

#Pornographos

Con este tag, el lector podrá encontrar mis reflexiones sobre el tema de la pornografía, no sólo como un consumible en el mercado, sino como una expresión artística; aunque partir de este supuesto ya delata la vocación filosófica del tema, que debe torcerse (reflexionar)sobre la especulación de su propia posibilidad:

¿Puede la pornografía ser artística?

En nuestras conciencias morales radica una respuesta automatizada: “sí, pero lo artístico de lo sexual es lo erótico; lo porno es su exceso.”

¿Será?

Con todo, habría que preguntar: ¿En qué radica la diferencia entre erotismo y pornografía? Y mejor aún, ¿qué hace a la primera sujeto de valoración estética y a la segunda un simple exceso digno sólo de una paja?

¿Y si más bien lo que condiciona el juicio es un sesgo perceptual?, ¿algo así como, precisamente, una lectura moral de la experiencia estética? ¿cabe tal mixtura?

En cualquier caso, y sea cual fuere la paleta de valores que reivindiquemos como válida, la imagen, en su aparecer, tiene entre sus posibilidades la de excitar, tanto como que en cuanto imagen tiene la posibilidad de ser representada; luego, puede ser objeto de la estética.

El vocablo «pornográphos» toma del griego el vocablo «pornos», que refiere a la figura de la prostituta y, por el otro, el componente «graphô», entendido como grafía o grabación (plasmación); de tal suerte que el término puede ser traducido como grafías, relatos o grabaciones (plasmaciones) de la prostituta. Sin embargo, la polisemia a la que invita la preposición «de» habilita una doble posibilidad de sentido para esta palabra: por un lado, la de “relatos que hablan de la puta” y por otro, “relatos narrados por la puta”; que cuando no, podría tratarse también de “relatos de una puta sobre las putas” o, en su defecto, “de una puta representándose a sí misma (en este sentido sería un «biografema»).”

Cabe otra pregunta más: «¿quién es la puta?», ¿verdaderamente puede ser algo o alguien diferente a aquella mujer que cobra por sus servicios sexuales?, ¿acaso no podría ser también un hombre?, ¿podría tratarse de una suerte de «existenciario» de los cuerpos arrojados y conscientes de su propio deseo?    

 Con todo, ¿porqué representar la putería? Como si no fuera ya suficiente con vivirla. ¿O es acaso que quien representa la putería igual está puteando al representarla? Esta pregunta goza de actualidad, pues, proyectada al contexto de las redes sociales, problematiza de manera bastante frontal una actitud y lenguaje que ha terminado por difuminar sus contornos por entre las humaredas de conceptos ambiguos como «softporn» o «ecchi», por mencionar algunos, que se han utilizado para significar la generación y consumo de contenidos “medianamente” explícitos, pero deliberadamente excitantes; ¿en qué lugar del cartograma de las representaciones de lo que excita se ubican estos contenidos gráficos y audiovisuales? ¿Son porno, erotismo, porno artístico, pornoerotísmo?; ¿o será acaso que estamos ante otra de las mímesis identitarias con la que el sistema mantiene a sus usuarios consumiendo? ¡Tiene sentido! Como los tatuajes, la revolución cubana y hasta el punk, quizá el porno está acudiendo a su propia disecación en los escaparates 4k del mercado. Visto desde aquí, lo porno también podría ofrecerse como una nueva «koiné» del mercado que, dicho sea de paso, permitiría comprender la repentina afición por utilizar las representaciones existentes del propio cuerpo como aglutinante de las atenciones de los usuarios/consumidore/amigos a nuestra existencia digital, así como de su monetización… La putería como forma económica, aunque, de ser así, la podría entender en dos sentidos: por un lado, como “mercadería” puesta en oferta a los usuarios/consumidore/amigos, y por el otro, como «agente proxeneta» que nos hace, no sólo los ofertantes, sino el objeto de consumo a un mismo tiempo. En este sentido, somos menos ese vendedor de postales que aquella puta que dice que “lo hace por gusto” cuando va con su cliente de camino al hotel, pero que en la soledad de su casa, frente al tocador, reconoce que de no putear no juntará la plata, o la atención, o el afecto o el significado…      

¿Pero realmente «lo porno de lo porno» es consumir y ser consumido? Seguro que no: como todo lo que yace bajo el mercado, lo porno como grafía del sistema es una degradación (¿perversión?) de su “valor” per-se, que quizá encuentra, precisamente en ese lugar donde su mismo consumo es incómodo, el eje neurálgico de su propio sentido pues, como nos refieren en su reverso los conceptos de softporn o ecchi: algo de lo porno requiere un matiz, un adelgazamiento, un filtro para poder ser consumido sin afectar la aceptación y pertenencia del cliente.  

Entonces ¿y si lo porno de lo porno es transgredir el estatus quo que funda el mercado, y quizá, quien sabe, hasta el que funda el «yo»? ¿porque, qué partícula de «ego» puede encontrase por entre un gemido o por entre el escurrir de las venidas? ¿Qué ego hay en una polla anónima y sin rostro que se abre paso por entre las henchidas entrañas de una joven, o de un coño o de un ano?

En este sentido, y penetrando ya en un aura muy batailleana, quizá el porno, el «porno-porno», esté más próximo al éxtasis del místico y al delirio que al éxito monetario de la emprendedora only fans… Habrá que investigarlo.

 

 

 

 

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