Verdaderamiente II

Extramoral es la moralidad de la mentira

#PapelesFilosóficos

#EmancipaciónVincular

¿Y si la razón de que la mentira no albergue ninguna posibilidad de valor moral se debe a que la verdad está sobrevalorada?

Ya desde la epistemología criticista de Kant, pasando por Schopenhauer y el trío de la sospecha (Marx, Nietzsche y Freud), el tema de la verdad encontró límites a sus posibilidades como nunca antes, pasando de ser esa “reveladora de esencias indubitables”, a un mero ejercicio de la representación. Como era de esperarse, esto también afectó el calado moral de la verdad, pues, si ya no era la rectora suprema de las cosas humanas, ¿entonces en qué consistía su valor?, y, más interesante aún, ¿qué pasaba entonces con la mentira?

Ambas se debilitaron, se ubicaron en el plano, adquirieron perspectiva y, en consecuencia, trocaron en objeto de interpretación.

Un territorio experiencial, sensible y disponible para apreciar este craquelado en la superficie de la verdad, es el amor romántico. Cuando uno habla con las personas sobre lo que quieren de sus parejas, uno de los requisitos inmutables es que les digan siempre la verdad; sin embargo, ¿qué se está entendiendo por verdad aquí?, ¿acaso la declaración total de la realidad del otro, quizá una invitación irrestricta a la confianza mutua o acaso el ejercicio aduanero de pasar revista a todas las novedades en la vida personal de la pareja?  Es difícil asegurarlo, pero, a juzgar por el patrón de conducta más recurrente, diría que se trata de lo último, pues, cuando la verdad se torna en franqueza (παρρησία), todo aquello que no coincide con la expectativa de la pareja o el pacto vincular, suele facultar al otro para hacer de juez e incluso verdugo, pero muy rara vez de interlocutor o confidente. Entonces, pareciera que lo que el amante romántico está entendiendo por verdad, no es propiamente el “conocimiento del otro”, sino la búsqueda de un enunciado domesticado y condescendiente que reivindique su dominio y valor de y en el otro; en este sentido, su noción de verdad está fundamentalmente articulada en términos de control y autovalidación. ¡Y tiene sentido! No solo porque la vulnerabilidad a la que nos expone un pacto amoroso nos exige un cierto “cuidado de sí“, sino porque, aunque muchas de las mentiras que acompañan las relaciones amorosas pueden ser racionalizadas, el problema está en que muchas de ellas también gatillan experiencias traumáticas que deshabilitan psicológicamente a las personas para el vínculo.

Entonces, ¿estamos ante “el criterio verdadero”? Para el caso no es relevante, lo indicativo es que este ejemplo nos deja ver con claridad como esa “verdad” tiene una agenda específica que valida su consenso: da miedo ser lastimado.

Pero, que la causa sea legítima, no hace funcional la pretensión. Qué el miedo a la decepción o a la mentira sean combatidos con una exigencia de  “verdad” entendida como exigencia de transparencia del “otro” a condición de mostrarse “mi mismo“, es, en lo funcional, un despropósito, que, como toda estrategia que busca esquivar la vulnerabilidad de la experiencia, sólo la intensifica, pues, si la verdad debe de ser transparencia, lo único que puede haber tras la vitrina de hábitos y frases hechas del otro es ¡un otro!; es decir, un alguien que, por definición, nunca coincidirá contigo en su totalidad y que, por lo mismo, no será lo que esperas ¡porque es otro!.

Irónicamente, esta postura, que se muestra estoica respecto a su exigencia de “verdad”, sólo puede encontrar su complacencia en la mentira total o parcial, que permita al demandante experimentar al  “otro” como lo que, por definición, no es: mí mismo.

Entonces, ¿cuál sería el “criterio verdadero”? Para el caso no es relevante, lo indicativo es que este ejemplo nos deja ver con claridad cómo la verdad es principalmente representación, por ello, transita por los senderos del sentido y siempre es sujeto de interpretación.[1]

Con todo, este asunto no debe redundar en una relativización del imperativo categórico moral de la verdad en favor de una apología de las mentiras piadosas; si queremos establecer un posible valor moral a la mentira, tiene que existir un criterio que lo posibilite y me parece que el filósofo inglés Jeremy Bentham nos ofrece una solución, por lo menos sugerente:

Muy a disgusto de la utopía moral kantiana del imperativo categórico, la teoría ética de Jeremy Bentham nos sugiere que, más que decir la verdad a toda costa, la máxima moral que debería guiar nuestra conducta es algo tan simple como «no hacer daño» o, dicho en clave epicúrea: disminuir el dolor y procurar el placer. [2]

Sigamos en el territorio del amor romántico para exponer esto: pensemos en la infidelidad, aunque no en cualquiera, sino en una de esas infidelidades que, dada su aislada y fortuita circunstancia, el no confesarla sería anecdóticamente igual que olvidarla.

Qué es lo mejor en esos casos, ¿confesar y decir que te encamaste con otra persona una noche, sólo porque el deber de la verdad te lo exige, o guardar discreto silencio y evitar un malestar innecesario y efectivo a tu pareja?

Alguien diría que la culpa bastaría para que esta pretensión se viniera abajo, pero, en dado caso, sería la culpa, y no el imperativo de decir la verdad, lo que movería a la confesión que, por otra parte, resultaría en una priorización del propio bienestar frente al de la pareja. Incluso, aun si me dijeran que al privar al otro de nuestra verdad le estamos mermando su capacidad de ejercer su libertad respecto a nosotros, diría que tampoco aplica, pues, estamos hablando de un episodio fortuito, que no habilita cambios sustanciales en la circunstancia. Por otra parte, qué está más cerca del fin propio de las relaciones amorosas: ¿decir la verdad o no hacer daño a nuestra pareja? Algún airado apriorista dirá “pues mejor no encamarse con nadie que no sea tu pareja” y tendrá razón; pero, lo cierto es que hay que ser más ingenuo que bueno para pensar que alguien puede asegurar que nunca morderá el polvo y, con todo, nuestro caso se sitúa en el momento donde la infidelidad ya ocurrió. Ahora bien, en estos casos, qué es lo que realmente daña el vínculo de la relación a espaldas de la cual se desarrolla la infidelidad, ¿el hecho mismo de la infidelidad o la conciencia efectiva de la misma?

En su obra, “Los principios de la moral y la legislación” Bentham establece una serie de variables para poder calcular, de manera objetiva, la tendencia de los actos humanos, ya sea que se orienten al placer o al dolor de quien las realiza y los demás (Bentham, 2008, pp.35-38). Las variables son intensidad, duración, certeza, proximidad, fecundidad, pureza y extensión, las cuales pueden ser valoradas asignando un parámetro fijo en el cual analizarlas (v.gr. 10/10). No perdamos de vista que la teoría ética de Bentham presupone una ontología materialista en tanto considera cuantificables todas las entidades existentes, y, por ello, mensurables de algún modo. Entonces, una vez establecidos los valores de cada variable, estos se deben computar y el resultado será el indicador de la tendencia. A continuación, comparto una tabla en la que hice el análisis de nuestro caso:

 

 

Así pues, según el cálculo hedonista de Bentham, mi hipótesis de que la mentira por omisión de la infidelidad del ejemplo es moralmente correcta se confirma, pues, al menos en los términos de la ética pragmatista, omitir la infidelidad produce más felicidad y menos sufrimiento que confesarla.

No cabe duda, todas estas preguntas y planteamientos son inquietantes y retadores porque no garantizar nunca que la persona que seremos en tales circunstancias será la que omite y no la que no se entera; pero, dejando atrás estas proyecciones, si pudiéramos conceder algo de incómoda verdad a los planteamientos que ahora derivamos de la teoría ética de Bentham, entonces estaríamos aceptando que en ciertos marcos de acción, la omisión y la discreción son efectivos gestos de cuidado y atención al otro, aun cuando circulen por el carril de la mentira.

Con todo, estas reflexiones no son limitativas, pues queda claro que, así como hay escenarios en los que una ética del imperativo categórico no funciona del todo; también hay escenarios donde el utilitarismo ético de Bentham se queda corto.

De momento, entonces, baste decir que, pese a lo dilemático del planteamiento, ya es una victoria modesta el arriesgarse a torcer los hierros del statu quo con el fin de, sea como fuere, hacer el menor daño posible a nuestros seres amados.

 

eme tomado de Facebook

[1] Entre otras cosas, esta es la razón por la que nunca será una buena idea tomar el celular de tu pareja para fisgonear en sus conversaciones con otras personas, así como contarle todo de tu vida; hay dimensiones de la experiencia personal que, en cuanto tal, los otros jamás tendrán perspectiva para poder asumirlas desde tu propia experiencia de sentido. A esto, y no a otra cosa, se refiere el tan mentado dicho que reza: “el que busca encuentra” y también por esto el trovador de Úbeda canta: “que ciertos engaños son narcóticos para el mal de amor”.

[2] La naturaleza ha puesto a la humanidad bajo el gobierno de dos amos soberanos: el dolor y ú placer. Sólo ellos nos indican lo que debemos hacer, así como determinan lo que haremos. Por un lado el criterio de bueno y malo, por otro la cadena de causas y efectos, están sujetos a su poder. Nos gobiernan en todo lo que hacemos, en todo lo que decimos, en todo lo que pensamos: cualquier esfuerzo que podamos hacer para desligarnos de nues tra sujeción sólo servirá para demostrarla y confirmarla. Con palabras un hombre puede aparentar que renuncia a su imperio, pero en realidad per manecerá sujeto a él todo el tiempo. JL\ principio de utilidad1 reconoce esta sujeción y la asume para el fundamento de ese sistema, cuyo objeto es eri gir la estructura de la felicidad por obra de la razón y la ley. Los sistemas que intentan cuestionarlo se ocupan de sonidos en lugar de sentido, de fan tasías en lugar de razón, de oscuridad en lugar de luz.

Bentham, J. (2008) Los principios de la moral y la legislación. Claridad (p.11), Argentina.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *