Maniqueísmo político

 

#VirusIdeológicos #Sophiaphilia

Artículo de opinión publicado por Guillermo Hurtado en La Razón durante 2014

Por: Guillermo Hurtado

 

El maniqueísmo es la doctrina que sostiene que el universo está regido por dos principios: el bien y el mal. Todo lo que existe, según la versión más cruda de esta doctrina es bueno o malo. No hay términos medios: se es súbdito de Zurbán (principio del bien) o súbdito de Ahrimán (principio del mal).

Cuando el maniqueísmo se adopta como una manera de entender la vida social, se divide a los individuos en dos grupos: los del bando del bien y los del bando del mal.

Estos dos grupos están en una lucha permanente. Los malos quieren perjudicar a los buenos y éstos se defienden como pueden. Desde esta perspectiva, el fin de la historia humana tendría que dirigirse a la derrota de los malos. Los buenos tienen que estar unidos para alcanzar la victoria definitiva, para que la luz triunfe sobre las tinieblas.

La vieja pugna entre la izquierda y la derecha se ha teñido de maniqueísmo por ambos lados. Para algunos, la izquierda es el bando del bien y la derecha la del mal. Para otros, por el contrario, la derecha es el bando del bien y la izquierda la del mal. Es muy difícil discutir con alguien que adopte esta concepción de la dimensión moral de la política. Más que argumentos o evidencias, lo que hace que alguien sea maniqueo de izquierda o maniqueo de derecha es una suerte de fe en una concepción del mundo.

El maniqueo en política siempre asume que está del lado del bien. Cuando se reúne con otros que piensan como él, se siente dichoso de defender la causa correcta. La satisfacción que inunda su corazón es indescriptible. No puede haber falsedad, no puede haber error cuando uno milita en el partido del bien.

Son los oponentes, son los otros quienes están equivocados y, peor aún, quienes siembran el mal en el mundo. ¿Cómo convivir con semejantes demonios? ¿Cómo hacer política, es decir, pactos, acuerdos, negociaciones, con esos malvados? ¿No sería mejor eliminarlos por completo?

Marx pensó que en las sociedades capitalistas la fuente de la violencia procedía del Estado burgués. El proletariado tenía que defenderse de esa violencia de clase. Pero dentro de una democracia liberal esa violencia era inevitable. La única solución era la dictadura del proletariado. A los burgueses había que eliminarlos o reeducarlos. Millones de“enemigos del pueblo” en la Unión Soviética y en China fueron enviados a campos de concentración.

Por otra parte, en Chile y en Argentina los militares de derecha, supuestos defensores del bien social, también se encargaron de eliminar a sus enemigos de maneras atroces. Se pensaba que era imposible hacer política con ellos, que la patria requería borrarlos del mapa para que pudiera renacer sobre las bases de la moral correcta.

Además de condenar a las tiranías de izquierda y de derecha también deberíamos condenar el maniqueísmo político que las propició.

La democracia no puede estar pintada de blanco y negro: tenemos que aceptar todas las tonalidades del gris. La política democrática se practica en el ancho campo de los grises. Es por ello, que a los maniqueos no les gusta la democracia, les parece un sucio revoltijo que permite que el bien y el mal se confundan.

La crítica sin autocrítica es una posición que fácilmente cae en la superioridad moral. A eso responde el refrán bíblico de ver la paja en el ojo ajeno, y no ver la viga en el propio. Debemos aprender a reconocer las manchas negras que ensucian nuestro vestido blanco. Pero al mismo tiempo, tenemos que reconocer las motivaciones morales de nuestros oponentes, encontrar el forro blanco dentro de sus trajes negros.

Los grupos que con toda razón y plena legitimidad se manifiestan en contra del gobierno deben cuidarse de no caer en el maniqueísmo político. Es decir, deben evitar adoptar la posición simplista de que todo en el gobierno y en los partidos políticos está mal y que todo en los grupos de la sociedad civil está bien. Cada caso individual debe examinarse con cuidado para que sea la verdad la que guíe nuestro afán de justicia. Para eso tenemos que utilizar la inteligencia, es decir, aprender a comprender, a analizar, a juzgar.

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