Con la llegada de Donald Trump al poder, quizá acudimos al final de una era, que, si bien no terminó de nacer del todo, sí dio asomo de su rostro: la era de la izquierda más progre y de “nueva generación” en el occidente capitalista, «la izquierda woke». Se veía venir.
Lo que surgió como una vertiente más consciente y sensible de los asuntos de las agendas de izquierdas, rápidamente tendió a la habilitación de castas sacerdotales y tribunales inquisitoriales que, un mal día, mandaron ejércitos en defensa de “los más débiles”. Las personas, pero muy particularmente un sector de los «millennials» y toda la «gen z», están hartos, no podría decir que de la guerra, pues no creo que conciban bien qué sea, pero sí de saber de ella, y de ser blanco de un oráculo que les ofrece por futuro el aborto de una vejez digna.
Lo que no se veía venir, es que la amonestación a esa izquierda woke vendría del más rancio conservadurismo liberal y no del corazón de una izquierda más sesuda y sabia. Sin embargo, tiene sentido, pues, no fue un rastro de migajas, sino de dinero, lo que distrajo del camino de la conciencia de clases y la revolución social al “Hänsel y Gretel” de la izquierda progresista. Vengo siguiendo el rastro de este extravío en mis escritos desde principios de la pandemia. Los síntomas de este cambio se vienen anunciando en una serie de transiciones interesantes: el paso de las contraculturas, como estéticas con micro-éticas, a la diversidad indiferenciada del consumo de modas; el paso del feminismo, como lucha cultural por la dignidad de la mujer, a la pornificación normativa de la mujer en Instagram y only fans; el paso de un imaginario mindfulness de «autodisciplina para el éxito» a la narco-cultura de «el éxito por la fuerza», el paso de “la carencia”, una canción de defensa de la dignidad obrera que fue bailada por la pasada generación joven, a “pacas de billetes”, un gesto de ostentación que dignifica la riqueza como muestra de superioridad; son todos tejidos muestra de un cambio que se viene generando, casi como tras bambalinas, desde la pandemia y que, junto con la victoria de Trump, se pueden explicar con ese viejo eslogan: “It´s the economy, stupid!”.
A principios de la pandemia, dos de los filósofos más mediáticos de nuestros tiempos hicieron un pronóstico aventurado: Byung-Chul Han apostó que el encierro de pandemia sería un catalizador que fortalecería la influencia del capitalismo en el mundo; Slavoj Žižek, por el contrario, dijo que sería el “five finger deeath punch” de Kill Bill II, pero dirigido al sistema capitalista global. De momento, los dioses parecen favorecer el oráculo de Byung-Chul Han.